Fernando Tomás Pérez González, un extremeño cabal, nació en Badajoz en 1953 y murió, prematuramente, en Cáceres el 26 de agosto de 2005 tras soportar con una entereza digna de elogio una larga y penosa enfermedad.
Este detalle, el de los lugares donde vio por primera vez el mundo y donde dejó de hacerlo, las respectivas capitales de las dos provincias que conforman Extremadura, es algo más que pura anécdota; cierra un círculo que a uno se le antoja ejemplar, de ahí que haya comenzado esta estampa con un sustantivo, que tan querido le resultaba, y por un adjetivo que, por desgracia, no ha solido acompañar a los naturales de esta tierra.
Era, conviene recordarlo cuanto antes, hijo de Fernando Pérez Marqués (1919-1993), maestro de escuela y (casi) secreto escritor de estirpe azoriniana, colaborador de los diarios HOY de Badajoz y ABC de Madrid. A finales de los años setenta, Pérez Marqués, antiguo vicesecretario de la Institución "Pedro de Valencia" y miembro del Consejo de Redacción de la desaparecida revista Alminar, pasó a ser Secretario de la Revista del Centro de Estudios Extremeños, cargo que desempeñó hasta su fallecimiento.
No aludo a este hecho porque sí. En numerosas ocasiones reconoció Fernando Tomás su deuda humana, intelectual y moral (si cabe hacer tales distingos) hacia su padre, que fue, antes que nada, eso e inmediatamente después, sin solución de continuidad, su primer maestro, esto es, quien le enseñó a leer, a escribir y a calcular, me imagino que, no por nada, en este orden. De esa educación sentimental hay múltiples rastros en la vida y en la obra de Fernando Tomás que, tras pasar por las aulas de su padre y por las de los Maristas, cursó estudios de Historia en Sevilla y se licenció en Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. En 1998 se doctoró en Filosofía por la Universidad Autónoma de la capital. Enseñó esa materia en distintos institutos de dentro y fuera de la región. Estuvo, por ejemplo, en Almadén (Ciudad Real) y en Mérida o Jerez de los Caballeros, para acabar su carrera de profesor en el IES “Norba Caesarina” de Cáceres. Allí estaba destinado en 1995, el año en que se hace cargo de la dirección de la Editora Regional de Extremadura por atinada decisión de su antiguo compañero de estudios y viejo amigo, el Consejero de Cultura de la Junta de Extremadura, Francisco Muñoz Ramírez, puesto que desempeñó hasta su muerte. Desde él ha logrado que una modesta editorial pública sea reconocida en el panorama nacional por su rigor y calidad, de lo que da fe, sobradamente, su catálogo. No era una empresa fácil. A pesar de los notables esfuerzos de sus predecesores -que tuvieron, entre otras, la responsabilidad, nada fácil, de abrir vía-, la ERE a mediados de los noventa era una joven editorial con algunos libros valiosos pero sin apenas proyección nacional y bajo la gastada sospecha que suele suscitar todo aquello que está sostenido con fondos públicos. Por eso su labor ha sido tan costosa en el día a día como importante a la vista de los resultados. Diez años después, la ERE goza del respeto de los mejores editores privados (Jorge Herralde, Beatriz de Moura, Manuel Borrás) y reúne en sus fondos libros de la inmensa mayoría de nuestros mejores autores, ya sea en el campo literario como en el ensayístico, el histórico y el artístico, por acotar algunos géneros.
Para ello, además de no ahorrar esfuerzos en el terreno personal, contó con la ayuda de un pequeño pero buen equipo que supo llevar adelante sus ideas, entre las que podemos destacar la creación de nuevas colecciones, como La Gaveta, Ensayo Literario, La Biblioteca de Barcarrota, acordes a los nuevos tiempos y a los nuevos intereses de escritores y lectores; así como un sugerente cambio de imagen, que aúna una elegante y clásica sobriedad en el diseño junto a unos precios ajustados y competitivos.
Con un gran sentido del servicio público, Fernando Tomás se dedicó en cuerpo y alma a su nueva tarea sin escatimar, ya se dijo, esfuerzos. De ahí que, bien a su pesar, se resintiera su propia obra de creación. Con todo, Pérez González era miembro de la Asociación de Hispanismo Filosófico y de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y las Técnicas, sus investigaciones se centraron en la recepción social e histórica de las ideas modernas, así sus libros La introducción del darwinismo en la Extremadura decimonónica (Cáceres, 1987) o Tres filósofos en el cajón (Mérida, 1991), y conjuntamente con Diego Núñez Genealogía extremeña de Antonio Machado. Estudios sobre José Álvarez Guerra (Cáceres, 1989), pensador objeto de su tesis doctoral (El pensamiento de José Álvarez Guerra, 1998) que fue finalista del Premio Nacional a las mejores tesis de ese año.
Fue autor de numerosos artículos sobre pensamiento filosófico, sociedades económicas y liberalismo, principalmente en Extremadura, y, en prensa, de artículos de opinión. Fue colaborador en el Dictionnaire du Darwinisme et de l’Évolution, y de la Gran Enciclopedia Extremeña, y comisarió algunas destacadas exposiciones como Los orígenes de la Enseñanza Media. Badajoz, siglo XIX y, junto a Juan Gil, Extremadura en sus páginas: del papel a la web, que se inauguró en su ciudad natal el 15 de septiembre de 2005.
En esta exposición y en su catálogo (donde aparece su último ensayo, el magnífico La ilustración pasa en berlina) estuvo trabajando Fernando hasta pocos días antes de morir. No hablamos en sentido figurado. Sólo al dar por finalizado ese quehacer se puede decir que definitivamente flaquearon sus fuerza para no volver a recuperarse nunca más. Por suerte, pudo llegar a ver el catálogo impreso, cuando se lo llevó, todavía en fase de pruebas, quien lo ha cuidado, una de las personas que más cerca estuvo de él en los últimos años y cómplice fiel en sus tareas editoriales, Julián Rodríguez.
No hace falta decir que su labor será irreemplazable. Más en esta tierra, tan necesitada de personas inteligentes y capaces y tan sobrada de mediocres, figurones y, en fin, académicos de Argamasilla, como él atinadamente los denominó en su último artículo periodístico, una suerte de testamento vital. Un texto impecable escrito con la enfermedad muy avanzada y, por ello, con la lucidez del que dice lo que piensa a tumba abierta, algo que, por lo demás, hizo siempre.
Otro de sus mejores amigos, Santiago Castelo, se refirió a él de la mejor manera posible, y definiéndolo como un “intelectual silencioso”.
Era, en esencia, un verdadero hombre de bien. En el machadiano sentido de la palabra, bueno. No es casualidad –nada en él, un hombre racionalista, lo era- que eligiera unos versos de Antonio Machado en su delicada despedida: "Hacedme / un duelo de labores y esperanzas. / Sed buenos y no más, sed lo que he sido / entre vosotros: alma. / Vivid, la vida sigue / los muertos mueren y las sombras pasan; / lleva quien deja y vive el que ha vivido". Pertenecen a un poema que escribió el autor de Campos de Castilla con motivo del fallecimiento de don Francisco Giner de los Ríos.
Permítaseme terminar con el mismo párrafo con que comencé el artículo que, a modo de necrológica, publicó el diario HOY el día siguiente de su muerte: “Tengo plena conciencia de que una de las cosas más importantes de mi vida ha sido conocer a Fernando Tomás Pérez González y tratarlo, sobre todo, a lo largo de estos últimos años, cuando el destino quiso que trabajáramos juntos. Por lo mismo, pueden suponer que éste es para mí un trance muy doloroso y que la suya es una muerte que vivo con la desdicha con que se sufren las muertes cercanas, las de los familiares directos y unos pocos, muy pocos, amigos”.
Alvaro Valverde
Revista de Estudios Extremeños, Año 2005