UN AMIGO DE ANTONIO FRANCO EN EL RECUERDO

  • 14/01/2023

     La Real Sociedad Económica Extremeña de Amigos del País, en su Tomo XV de los Apuntes para la historia de la ciudad de Badajoz, ha dedicado un apartado que, bajo el título de “Antonio Franco en el recuerdo (1955-2020)”, es una suerte de homenaje póstumo al que fuera creador, fundador y director durante 25 años del Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC), hasta su muerte. 

   Uno de los trabajos que se incluyen en ese apartado, “Antonio Franco. Más allá del MEIAC. Vida y recuerdos” lo escribe Carmen Cienfuegos Bueno, su esposa y madre de sus dos hijos Carlos y Gonzalo.

    El que fuera uno de los más fieles amigos de Antonio, Fernando T.,  es recordado aquí por Carmen en un párrafo que encabeza con estas dos palabras: “Un amigo”. Son unas palabras tan emotivas como certeras de las que traemos a esta web una cita:
     «La nómina de amigos de Antonio fue siempre copiosa. Imposible traer aquí una relación de todos ellos sin caer en un involuntario e injusto olvido. Pasó por el desgarro de perder a muchos, y a todos cuanto pudo acompañó hasta el fin. Para ejemplificar este aspecto de su vida, hemos elegido el relato de su relación con uno solo de ellos: Fernando T. Pérez González, desde la visión de sus hermanos»
    A continuación, puede leerse la narración de esta amistad, el trascurso a lo largo de los años, que hace – a petición de Carmen- Isabel María, la escritora hermana de Fernando.
   “La amistad entre Antonio y Fernando tuvo sus orígenes en Santa Marta de los Barros. Isabel Domínguez Vela, la madre de Antonio, pasaba temporadas muy largas con sus primas, las Domínguez de Santa Marta, primas a su vez de Celestina González, la madre de Fernando. De manera que cuando Antonio le tomó el gusto a saltar del Entrín Bajo, pueblo de su madre al pueblo de sus primos, hizo pandilla con los amigos de estos, entre los cuales halló a Fernando. Muy pronto la relación entre ambos saltó la amistad de pandilla y se convirtió en comunión de afecto, de pensamiento, de mirada a un futuro que presentían parejo.
   No hicieron la carrera juntos, tampoco finalizaron los mismos estudios. Fernando se licenciaría en Filosofía Pura en la Complutense de Madrid. Pero al llegar las vacaciones de verano, no fallaba la estancia de Antonio en Santa Marta y las buenas migas recuperadas del “Artista” y el “Filósofo”, como les apodaban las amigas. Decían ellas que “el Artista y el Filósofo eran dos progres que vestían de progres pero no como otros progres. Ya entonces apuntaban meras, uno a lo Bonet cuando era joven, el otro a lo Sartre y su cachimba”.
  Habría de llegar más tarde, sobre todo sobre todo y al unísono, la apuesta de ambos por situar Extremadura en la Historia del arte y de los libros. Fue en aquellos años cuando las visitas de Antonio a Santa Marta comenzaron a concretarse en el periodo navideño y ya en la intimidad familiar de los Pérez González. Las anécdotas más jugosas, las tristes, las divertidas, la ilusión profesional, en fin, de aquellos dos dignos funcionarios públicos pasaban por largas sobremesas de cava y de turrón, a golpe de ocurrencias de Antonio y de Fernando, siempre tan hábiles en la palabra, tan certeros en el análisis, tan divertidos en la crítica.  Un día de agosto del año 2005 se nos marchó Fernando. Antonio había ido a visitarlo la tarde antes, como tantas otras tardes; pero en aquella ocasión permaneció hasta la madrugada. Tenía la certeza de que se estaba despidiendo de su amigo. Y habló, habló durante horas. Y durante horas dio un largo repaso a los años de amistad y de recuerdos, entre ellos, Sevilla, la Facultad, su amigo Juan Luis. aquella noche Antonio lloró, lloró las lágrimas de lo irreversible, de la certeza fatal, lloró las lágrimas de la pérdida inminente. Fernando murió unas horas más tarde.
    Y llegaron las siguientes Navidades. Fernando ya no estaba, pero su amigo Antonio permaneció fiel a la cita en el hogar de los Pérez. En aquel ritual de amistad que nunca interrumpió hasta que se lo prohibió la enfermedad, Antonio quería verles a todos, porque, decía, en aquellas sobremesas respiraba a su amigo Fernando.”

***

 

    El homenaje a Antonio en este libro incluye un artículo de Antonio Sáez Delgado llamado “Criterios”, tan laudatorio como se merece el creador del MEIAC. 

    Sáez Delgado, que trató mucho a los dos amigos, también cita a Fernando:
    «A Antonio Franco le debe la sociedad extremeña una buena parte de su cultura reciente. Lo digo así, sin medias tintas. Él mantenía vivo el espíritu de su gran amigo Fernando Tomás Pérez González, al que con frecuencia recordaba en nuestras conversaciones, para referirse con sorna a los “académicos de Argamasilla” (la expresión cervantina que usaba Fernando) que a veces no entendían sus posicionamientos estéticos, sus actitudes.»