MENCIONES EN "PORQUE OLVIDO"

  • 12/12/2022

    Como se lee en la contraportada del libro Porque Olvido, esta publicación  “… reúne buena parte de las entradas que el poeta Álvaro Valverde ha venido publicando en su blog desde 2005 hasta 2019, fiel al lema que lo preside, solvitur ambulando: se resuelve caminando.”
     En esas entradas han sido muchas, muchísimas, las veces en las que el poeta ha nombrado a su querido amigo Fernando. Aquí traemos solo algunas de ellas.

Finales de 2005

A estas alturas de mi vida, si hay algo que no soporto son los malos modos. O la falta de buenos modales. […] Me sorprende sin remedio ese afán por querer parecer siempre gente autoritaria. Como si la autoridad la dieran las voces, gritar más alto […] Qué lamentable, en fin, esa sensación de volver al colegio. Al de mi época, con Franco aún vivo. Fernando Pérez me recordó más de una vez una expresión de su querida Santa Marta: “Cada vez que habla –decía uno de alguien- escupe cebá”. Pues eso.

Enero 2006

Es normal hacer balance de lo ocurrido a lo largo del año el día que se termina. […] recibí la caja con los primeros ejemplares de mi segunda novela lo que convirtió una ocasión festiva […]

Después de Yolanda, leyó esa novela a Fernando Pérez. Estaba recién salida del horno (con forma de portátil). Era poco más que un borrador lo suficientemente elaborado. Sin su criterio no me hubiera atrevido a dar los sucesivos pasos que tuve que dar para que llegara el 5 de enero, como si de un regalo de Reyes se tratara, a los pies de mi lecho de enfermo. Tan fiable era su opinión para mí. Este detalle minúsculo, sí, pero, como todo lo pequeño, sumamente importante, da la justa medida de lo que para uno ha supuesto su pérdida. Para mí, ésa ha sido, sin duda, la peor noticia del año. Que muriera Fernando no entraba en mis cálculos, ni a sabiendas de que una enfermedad traicionera le había atacado sin compasión. Todavía hoy, varios meses después de aquel 26 de agosto de aciaga memoria, sigo sin comprender, sin asumir, esa penosa ausencia.

Que uno haya ocupado, con tanta tristeza como orgullo, su silla en la Editora no sé si complica o suaviza el trance. Me hace estar más cerca de él, es cierto, pero también me obliga a echarle aún más de menos cuando de tomar decisiones se trata. Por fortuna, uno trabaja con el mismo equipo profesional que le acompañó, lo que hace todo mucho más llevadero. Además, me esforcé en aprender de él todo lo que pude y ese apasionado aprendizaje me ayuda no poco en la tarea.

Enero 2007
Homenaje

Ayer tuvo lugar en el Palacio de Congresos de Badajoz un homenaje a cuatro extremeños fallecidos recientemente. Los escritores Bernardo V. Carande y Carlos Lencero, el fotógrafo Antonio Covarsí y el editor y polígrafo Fernando T. Pérez. Luis Sáez concibió un acto sencillo. De cada uno de los recordados habló un amigo. Ángel Campos evocó la memoria de Covarsí, Cerebro González de Carande, Fernández de Molina de Lencero y Julián Rodríguez de Fernando. Del primero, al que apenas traté, estimaba su trabajo. Con el señor de Capela mantuve una abundante correspondencia (cuando eso se gastaba) y leía con gusto una revista que llevaba el mismo nombre de su casa de campo. Con Lencero hablé una vez por teléfono, desde la Editora, y quedamos en vernos unos días después en Badajoz. No llegué a tiempo. A Fernando le quería.

Me dejó muy tocado el texto de Julián. Aún no me he recuperado del todo y eso, me temo, va a llevar tiempo. Cuando volvía a Plasencia, la niebla y la noche me traían imágenes de entonces y las palabras íntimas y precisas de Julián hacían aún más necesario mi dolor.

Enero 2009
Carta de Santa Marta

Me resultaba raro conducir de nuevo por la A-66 camino del sur. Hacía cinco meses que no iba más allá de Cáceres. Ya en la carretera que une Almendralejo con Santa Marta de los Barros, recordaba nuestro primer y único viaje a ese pueblo ancho y blanco, como tantos de esa provincia. Cuando fuimos a enterrar a Fernando Pérez un caluroso mediodía de agosto. Él era otra vez la causa y la razón de mi regreso. Como dije aquí, se fallaba el primer premio de ensayo que lleva su nombre y que han organizado, con la colaboración de la Asociación de Escritores Extremeños, el ayuntamiento en un gesto político que le honra. En el jurado, que presidía su viejo amigo Castelo, la profesora Mercedes Pulido (otra vieja amiga de Cáceres), Ana Sánchez (del instituto de Santa Marta), Antonieta Benítez (del Servicio de Publicaciones de la Diputación de Badajoz), Paco Muñoz (amigo desde la infancia de Fernando), Javier Rodríguez Marcos (poeta y redactor de Cultura de El País), Antonio Sáez Delgado (profesor en Évora y poeta, presidente de la AEEX), Fernando Pérez Hernández (el hijo mayor de "nuestro" Fernando) y uno. Las deliberaciones fueron interesantes y muy pronto teníamos libro ganador y accésit. Supimos después que la autora del primero era Carmen Galán, de la Universidad de Extremadura (hermana, por cierto, de la escritora Pilar Galán), con una densa obra sobre lenguajes inventados en territorios utópicos, y que el otro también estaba escrito por un profesor de la Uex, Miguel Ángel Teijeiro, sobre el mecenazgo en la Extremadura del Siglo de Oro.

Con ser esto importante, uno iba a Santa Marta también a otra cosa. A visitar, ante todo, la casa familiar de los Pérez González. La que ahora habitan, a temporadas, sus hijas e hijos con sus respectivas mujeres y maridos y, claro está, con los hijos de éstos. A pesar del frío de las casas grandes, fue muy cálido mi encuentro con Luis y con Celes, nada más llegar al pueblo, y con casi todos los demás después. Fue muy emocionante ver el despacho que ocupaba Fernando y que sirve de fondo a unas fotografías muy reproducidas donde, como dice nuestro amigo Antonio Franco, tiene un aire de sabio republicano de los años treinta. O recorrer el laberíntico doblado (o sobrado o cámara), lleno de cuartos y de estanterías con periódicos y revistas antiguas entre las que Celes, Paco Muñoz y él guardaban en los años duros del franquismo la propaganda subversiva. ¡Qué tiempos! Corrieron, en fin, las lágrimas por aquellos pasillos. Lágrimas de tristeza que, ay, lo eran también de alegría. En el acto literario celebrado en la Universidad Popular, la mujer de Fernando, Susi, estuvo magnífica (siempre en lucha contra la atenazante emoción) y, cómo no, Castelo, que aprovechó la ocasión para recitar el poema habanero que dedicara en su último libro al inolvidable director de la Editora. Dijo, de paso, algunas verdades que en su tronante voz sonaron aún más elocuentes. La noche terminó con una cena casi íntima con familiares, amigos y concejales. Después, otra vez la rara sensación de conducir de madrugada camino de casa. Como tantas otras veces, sí. De nuevo con un nudo en la garganta.

Abril 2009
Un sueño

Acabo de salir de uno de los sueños más bonitos y melancólicos de mi vida. Transcurría en una casa de campo y delante de ella pasaba el tren. Un viejo tren lento y de madera que, como el lugar, tenía un inequívoco aire inglés. Habíamos ido allí a pasar el fin de semana. La casa era de Fernando Pérez. De su familia, mejor. Estaba Susi pero también Celes. Él sólo aparecía a veces. Yolanda igual. Y nuestros hijos. Todos aparecíamos o desaparecíamos como por arte de magia. El sitio era cálido y confortable. Lleno de telas y de libros. Fuera llovía. Llegaba gente o simplemente pasaba pero todos recordaban a Fernando que, como digo, era más bien un ausente, una sombra: alguien que ha muerto. Por eso cada poco llorábamos mansamente de emoción al evocar esta o aquella anécdota, este o aquel encuentro. Pasado y presente se fundían en un tiempo apacible. Poco antes de despertarme, hacíamos las maletas y hablábamos de volver. Se ve que de algunas personas uno no se va nunca.