Extremadura en sus páginas

Exposicion: Extremadura en sus páginas: Del papel a la Web (2005)

Hacia mediados del año 2004 la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura se embarca en al Proyecto "EXTREMADURA EN SUS PÁGINAS...", idea que surge por la cercanía del año en el que se celebra el Cuarto Centenario del Quijote.

Le proponen el comisariado a Fernando T. Pérez y Juán Gil, para que lo lleven a cabo conjuntamente. Y ambos se ponen manos a la obra en la primavera del 2004.

Por parte de Fernando hay que subrayar que trabajó incansablemente en este proyecto hasta muy poco antes de morir, "hasta sus últimos días -y no hablo metafóricamente-, con la enfermedad pisándole los talones, Fernando trabajó en la exposición Extremadura en sus páginas.", escribiría más tarde, ya inaugurada la exposición, su amigo y escritor Álvaro Valverde en el emotivo árticulo "Notas sobre una exposición". Y es pertinente decir que esto fué posible gracias al apoyo diario de Julián Rodríguez. " Fernando contó con la fiel complicidad del escritor y tipógrafo Julián Rodríguez -uno de sus mejores amigos-, que es quien se ha ocupado de la edición del citado repertorio", podía leerse en el artículo de Álvaro.

La inauguración de la exposición tuvo lugar el 15 de Septiembre de 2005 en el el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo de Badajoz, en " las salas del MEIAC (que dirige, por cierto, otro de sus grandes amigos, Antonio Franco)" escribió también, muy acertadamente, Álvaro. El acto de inauguración fue una suerte de homenaje póstumo en el que que se leyeron muy bellas semblanzas de Fernando.

Desde aquí les mostramos un recorrido por la exposición: muestra del catálogo, la página web oficial de la exposición y reseñas de prensa.

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Sobre la exposición

NOTAS SOBRE UNA EXPOSICIÓN
Álvaro Valverde
(Diario HOY, 17 de Septiembre de 2005)

Por justo y pertinente que me parezca, volver a evocar la figura de Fernando Pérez resulta doloroso. La herida sigue abierta. Por otro lado, esto significa que la muerte no ha podido arrebatárnoslo del todo. Va a costarle.

Hasta sus últimos días -y no hablo metafóricamente-, con la enfermedad pisándole los talones, Fernando trabajó en la exposición Extremadura en sus páginas. Del papel a la web, en concreto, en su catálogo, un imprescindible volumen doble en el que permanecerá impreso, como conviene al caso, lo sustancial de la historia de los libros y la lectura en Extremadura. En ese trabajo, además de con la sabia contribución del otro comisario, Juan Gil Fernández, catedrático de Filología Clásica de la Universidad de Sevilla, Fernando contó con la ayuda de Ana Jiménez del Moral, una eficiente especialista que ha coordinado la muestra, y, cómo no, con la fiel complicidad del escritor y tipógrafo Julián Rodríguez -uno de sus mejores amigos-, que es quien se ha ocupado de la edición del citado repertorio.

No me voy a referir a la exposición en sí, que sólo puede explicarse con una visita, sino a una parte de su trastienda que tal vez convenga conocer. Fui testigo de cómo se gestó y cómo, desde el primer momento, Fernando fue una de las personas designadas para llevarla a efecto. Con la misma naturalidad con la que se había contado con él para tantas otras cosas ideadas en la Consejería de Cultura a lo largo de estos años. Él, algo comprensible, se resistió un poco en el primer momento. La enfermedad, decía, era su primera batalla y sabía que ésta iba a ser otra escaramuza complicada. Entonces recordaba otra exposición que también organizó, Los orígenes de la Enseñanza Media. Badajoz, siglo XIX, y la propuesta se le hacía más tentadora. Lo hablamos de vuelta a casa desde Mérida, que es donde se suelen urdir estos proyectos.

Su implicación se fundaba, entre otras razones, en la necesidad de demostrar una falsedad (ah, los tópicos). La de que los extremeños han sido ajenos a la forma de expresión por excelencia de nuestra cultura: los libros. «Una región de bibliófilos, de hombres que se jugaron la vida por sus libros (desde el propietario de la Biblioteca de Barcarrota, hasta el inefable Bartolomé J. Gallardo, intentando en vano sustraerlos a la furia absolutista en los muelles de Triana en la infausta jornada de San Antonio de 1823) ha de ser por fuerza una región con memoria», dejó escrito. Ahí está, acaso, el meollo de la cuestión y un liberal ilustrado como Fernando creía en esa capacidad de salvación (terrena) que los libros tienen. Tal vez por eso aceptó el reto. Porque era preciso explicar a los extremeños, aleccionados en lo contrario, que no siempre hemos vivido en medio de un erial de analfabetismo e ignorancia.

Eso sí, que sea necesario saber cómo fueron las cosas no es excusa para olvidar nuestro alentador presente (que sólo discuten los cínicos) y nuestro esperanzador futuro (a pesar de los voceros de la negatividad). Era lógico que la exposición planeara sobre esos tres tiempos, pues los tres nos definen y entre los tres nuestra imagen se completa.

Lo primero que hizo Fernando, con el proyecto ya en firme sobre la mesa, fue redactar un folio (del que he tomado el entrecomillado anterior) donde dejó fijada, con la lucidez que le caracterizaba, la virtualidad de la idea. Era posible. Él y su amigo Paco Muñoz ya la habían visto. Sería el eje del Año de Libro.

Apenas dio por concluido su trabajo con Julián en el catálogo, el de coordinación con Juan Gil y Ana Jiménez en lo referente a los últimos flecos de la muestra y, en fin, el que concernía a sus propias aportaciones, Fernando entró en la fase final de su vida. Apenas duró unos pocos días.

Porque le conocimos, sabemos que, a pesar de los pesares, nunca cejó en su lucha por la defensa de lo que creía mejor para conseguir los objetivos marcados y que de esa exigencia, con su punto de terquedad, se ha beneficiado, a la postre, esa ambiciosa empresa. Genio y figura.

El jueves le echamos de menos. En las salas del MEIAC (que dirige, por cierto, otro de sus grandes amigos, Antonio Franco) su hueco era palpable. No dudo, pese a todo, que en su cabeza llegó a estar la exposición.

Muy cerca de la realidad. A un paso del ideal que concibió en aquel folio que empezaba: «Extremadura, territorio de fronteras, ha sido durante largos periodos de su historia, tierra asolada por las guerras», y que terminaba: «Porque amar los viejos libros, conocer la historia de su arte y empeño, es la mejor escuela para aquellos que desde Extremadura se afanan por diseñar el scriptorium digital del futuro».

 

Recuerdos de un comisario: Ni político ni correcto

Revista ECO de la Consejería de Cultura
Año 2006

Se me pide que hable brevemente de la exposición Extremadura en sus páginas. Permítaseme que cuente mis recuerdos. La idea de la exposición empezó a germinar a finales de junio de 2004. El Consejero de Cultura, Francisco Muñoz, en el curso de una reunión a la que asistieron también José María Corrales y Fernando Pérez, nos propuso al propio Fernando y a mí que, en el año de El Quijote, nos encargásemos de preparar una muestra sobre el libro con el título de Extremadura en sus páginas. La idea, que implicaba un reto atrayente, me ofrecía la oportunidad de volver otra vez a mi querida Extremadura, así que acepté de inmediato la invitación sin pensármelo dos veces. Quizá pequé de ligero. Debo confesar ahora que me parece increíble que, en menos de año y medio, se haya podido montar una exposición de esta envergadura y publicar un libro-catálogo tan digno.

Fue un acierto crear un comisariado bicéfalo, sobre todo teniendo en cuenta la amplitud de la muestra: era la única manera de abarcar con rigor el espacio histórico que se abarcó. Por otra parte, ello me dio la oportunidad de tratar más a fondo a Fernando Pérez. Nos habíamos repartido el trabajo. Sin embargo, Fernando no cesó de guiarme y aconsejarme -la sociedad extremeña, tan compleja, necesita de un lazarillo para no perderse en sus arcanos y recovecos-, aunque ya lo aquejaba la terrible enfermedad que lo llevó a la tumba. Precisamente en el verano de 2004, cuando nos disponíamos a empezar el diseño de la exposición, un “alifafe”, como él decía, lo postró durante más de un mes en la cama. Inasequible al desaliento, volvió al tajo como si nada hubiera pasado, sonriente, distanciándose de su propio sufrimiento con elegancia suma y analizando acontecimientos y peripecias con esa sutil ironía tan suya.

Juntos visitamos museos y archivos, juntos recorrimos Extremadura de cabo a rabo buscando piezas para la exposición, juntos nos llevamos grandes alegrías y también -por qué no decirlo- algún berrinche que otro. Juntos, por fin, hablamos y discutimos horas y horas, porque Fernando era un hombre especialmente discursivo, especialmente dialogante; al final, explayándose en interminables conversaciones telefónicas que, a medida que lo abandonaban las fuerzas, se fueron haciendo más cortas.

Es preciso confesar que no vino a Extremadura todo cuanto pedimos. Hubo instituciones que denegaron el préstamo de sus fondos, con razón o sin ella; otras dejaron salir sus piezas por un plazo corto, para ser expuestas bien en Badajoz bien en Cáceres. A pesar de todo, la exposición mostró al visitante manuscritos e impresos excepcionales, tal vez pocos a juicio de los bibliófilos y quizá demasiados para el común de los visitantes, amén de impresionantes piezas romanas, cuadros de primerísima fila (el Maestro del Parral, Berruguete), grabados (la Melancolía de Durero), litografías, una imprenta, videos, ordenadores, etc., sin que faltara un toque lúdico. Procuramos sistematizar y, en la medida de lo posible, contextualizar las obras expuestas, pero sin pretender pontificar: en todo momento fuimos muy conscientes de nuestras propias limitaciones.

Fueron muchos meses de esfuerzo, sí, pero entreverado de alegrías y sorpresas. Una verdadera satisfacción: el reencuentro con Antonio Serrano, un gran profesional, después de tantos años. Una gratísima sorpresa: haber trabajado con Ana Jiménez, en quien la diligencia se ha hecho sonrisa y a quien ya echo de menos si pasa un día sin recibir un correo suyo, como por fuerza empieza a ocurrir. Recibimos el apoyo y el aliento de muchas personas de Extremadura (Antonio Franco, Lucía Castellano, Mariluz García, Montaña Paredes, María Antonia Fajardo, Guillermo Kurtz, Justo Vila y tantos otros) y también comprobé que los amigos de siempre respondieron con sin igual prontitud y eficacia (Amparo López, Isabel Aguirre, Sofía Torallas, Nuria Casquete de Prado, etc.). Pero ya que ahora priman los recuerdos, no me gustaría dejar de mencionar el cariño con que me acogió en Mérida J. Mª Álvarez Martínez, un antiguo discípulo que ya es un verdadero maestro.

Una exposición sobre el libro ha de estar acompañada de un catálogo especial. Que este sueño se haya hecho realidad se debe a Fernando, que quiso mimar al máximo la edición del libro-catálogo, tan primorosamente diseñado por Julián Rodríguez Marcos e impreso por la editorial Indugrafic.

Ignoro si acertamos o no. Tampoco sé si salimos airosos en el empeño de reflejar las peripecias del libro en Extremadura a través del tiempo o, por decirlo de otra manera, leer la historia de Extremadura en sus páginas. Lo que sí puedo asegurar es que tanto Fernando como yo pusimos todo nuestro esfuerzo y toda nuestra ilusión en lograrlo. A mí personalmente me gustó el resultado, y creo que también le hubiera gustado a Fernando. Pero son otros los que tienen a este respecto la última palabra.

JUAN GIL
Comisario de la exposición
“Extremadura en sus páginas: del papel a la web”